Thursday 28 de March de 2024

SOCIEDAD | 12-04-2019 16:52

Todo el mundo puede tener estilo y vos también, aunque no lo sepas

En la era de Instagram, el estilo personal es el capital más preciado. Para encontrarse con una identidad propia es necesaria una introspección a fondo, y automirarse sin tener en cuenta los espejismos consumistas ni los cánones establecidos de belleza.

En moda, el verdadero lujo no consiste en tener la famosa cartera de 25.000 dólares sino un estilo propio, que es una propiedad específicamente individual, y por lo tanto al alcance de todo el mundo.

Por Javier Arroyuelo

Basta una dosis de sensibilidad para captar la evidencia de un estilo cierto en la constelación de signos de la prosa de una autora, en las pinceladas de un pintor, o también, en lo que aquí tratamos, en los modos particulares en que una persona lleva, mueve, viste y vive su cuerpo. En el área de la moda, fue tradición asociar el concepto de estilo a las nociones jerárquicas de elegancia y distinción, y, en ocasión, a la excentricidad, pero ésta sólo como prerrogativa de las personalidades artísticas. Hoy, en cambio, la elegancia ha perdido su preeminencia, a favor de la soltura, lo cool. El atributo meritorio es la impronta individual, el toque original, no necesariamente vistoso pero sí distintivo. 

La moda es lenguaje y el vestirse una forma de narración. A través de nuestra indumentaria y arreglos y ornamentos  nos damos a leer. Es la forma de expresión estética más inmediata y más universal de la que disponemos los seres humanos. Y al expresarnos, nos singularizamos. Nos vestimos también con la intención de diferenciarnos. A menos, claro, que queramos disimularnos, desaparecer en la masa -objetivo de fácil alcance en una sociedad que favorece la uniformización y alienta el conformismo indumentario. 

Bajo el modelo consumista prevalente en el planeta, la vestimenta producida en cantidad desmesurada es desesperadamente monótona en términos de formatos, materiales, colores y texturas, dondequiera que vayas. Basta salir y dar tres pasos o mirar por un rato una webcam callejera de cualquier ciudad del mundo. 

Pero a pesar de esta escasez de variedad formal, el ingenio humano y la voluntad de diferenciarse no dejan de manifestarse, como puede comprobarse paseando al azar por Instagram, donde se publican por día más de 50 millones de fotos. Hay allí, entre ese fabuloso derroche de píxeles, todo un mundo de gente que produce activamente sus imágenes propias, muchas de las cuales son, para sus remitentes, señales esenciales de identidad personal, a la vez que funcionan como pruebas cabales y genuinas de estilo, para quienes las recibimos y apreciamos. 

A un sistema de modas normativo, maestro del formateo, que pretende, temporada tras temporada, crearnos y recrearnos a su imagen y semejanza, a la manera de un dios patriarcal, esta población de las redes responde reinventándose de un post al otro, con brío, con talento, con fruición. Con estilo. 

Estilo
No diré que todo el mundo puede tenerlo. Porque en realidad todo el mundo lo tiene, si bien en muchos casos sea sin saberlo, ni haberlo pensado. Es inclusivo al máximo; le caben tanto lo mesurado como lo excéntrico, lo maduro y lo joven, lo flaco y lo gordo, lo bello y lo menos bello, lo refinado y lo vulgar, lo vintage, lo actual y lo vanguardista, y no distingue géneros ni transiciones -Ru Paul’s Drag race es una cátedra de estilo.

Contrasta sólo con la doctrina de las tendencias, que no rechaza pero tampoco necesita. El estilo, propiedad personal, es autónomo, depende de sí mismo, mientras que a las tendencias, masivas, las maneja el mercado. El estilo perdura, adaptándose a todo vaivén sin perder su esencia, cuando las tendencias se definen por lo efímero de su paso. Las tendencias, modas pasajeras, son la respuesta que la industria de la moda da a las ansiedades del público; ansiedades, vale señalar, que ella misma crea. Obligatoriamente cambiantes, las tendencias no son material útil para la construcción del vestuario que el estilo exige; atemporal, coherente y duradero basado en elementos básicos y clásicos, que cada cual declinará, conjugará, acentuará y ordenará según sus preferencias y cadencias particulares. 

El estilo se traduce en términos de moda como la concreción de una imagen ideal de sí misma/o a través de la apariencia. Se elabora a partir de aquello que nos identifica y nos distingue. 

Para reconocerlo, es decir para reconocerse en él, es imperativo evitar los espejos. Hay que traerlo de adentro. El afuera viene después. No se lo busca en un reflejo. Aparece cuando nos vemos con los ojos cerrados. Rasgos, gestos, muecas, según las horas, según los humores. Pensarse con ropa y sentir, sin ponérselas, cuales son la que no nos empujan a posar, las que nos resultan naturales, a tal punto que olvidamos que las llevamos encima.  

Aunque parezca espontáneo, el estilo es un cálculo, una construcción hecha con arte, es decir un puro artificio. A medida.
Conociéndose

Como no se cansaron de repetir las figuras maestras en la materia, en el estilo tanto o más importante que lo que se elige es lo que se rechaza. Otro modo de conocerse. 

Otro ejercicio esclarecedor: responder con sinceridad a la pregunta “¿Por qué me gusta lo que me gusta?”. Es un viaje directo y de ida al corazón del asunto - o sea a nuestra cabeza. El estilo se piensa.  Es cuerpo y aura, cuerpo y halo, cuerpo y algo, cuerpo y más.
 Un pensamiento de Oscar Wilde, brillante y certero como de costumbre, es el epígrafe ideal para quien parte en busca del estilo propio: “Quererse a sí mismo es el comienzo de un romance para toda la vida.” Sugiere que, te cuides, te acompañes, te gustes, te hagas sonreír. 

El estilo está en la sensación que deja alguien, al irse, suspendida en el aire, como la sonrisa del increíble gato de Cheshire, un arrobamiento que atenúa su ausencia y nos permite anticipar con alegría tranquila su retorno.
 

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